El ébola ha pasado de ocupar un columna en la sección de sucesos en algunos diarios a abrir informativos y ser portada de la prensa de todo el mundo. La muerte del misionero español Miguel Pajares en el Hospital Carlos III después de que se le aplicara la supuesta cura procedente de Estados Unidos ha hecho saltar todas las alarmas y ha inaugurado la lista de fallecidos causados por esta enfermedad en Europa. En el país del que procede la vacuna otros dos pacientes contagiados están siendo sometidos al tratamiento experimental, habiendo indicios de respuesta en solo uno de los afectados. El ébola ha conseguido así colarse en las agendas de las principales potencias y constituirse como una amenaza para la salud mundial en un mundo globalizado.
El virus ha causado ya la muerte de 1014 personas, una de ellas en Europa y el resto en el centro de África, donde se descubrió por primera vez en 1976. El virus del ébola recibe su nombre del río Ébola, situado en la República Democrática del Congo, donde se identificó por primera vez. Su epidemiología hace que sea considerada como una enfermedad muy contagiosa y fácilmente transmisible entre personas infectadas. Este hecho supone que para tratar a los enfermos sean precisas medidas extremas de seguridad, como las llevadas a cabo con el difunto misionero, pero que distan mucho a las desarrolladas en los países donde el virus está causando más muertos. Los equipos sanitarios son los más expuestos a la virulencia de la enfermedad, agravando más la situación. El padre Pajares advertía antes de ser trasladado a España sobre la escasez de medios para atender a los infectados, careciendo incluso de un material médico tan básico como guantes.
La situación se agrava ante la ausencia de una vacuna o un tratamiento que se haya demostrado eficaz. Por ahora solo un laboratorio americano ha obtenido resultados satisfactorios en roedores, a los que se les inyectó la cura en las siguientes 24 horas tras la infección. En humanos la enfermedad presenta fiebre súbita acompañada de dolores musculares y cefalea, con postración del enfermo y un estado de debilidad severa. La enfermedad evoluciona con pústulas y hemorragias externas, agravando el estado de salud de los enfermos a los que solo se les puede aplicar cuidados paliativos. La mortalidad del ébola es del 70% aproximadamente.