A la vuelta de las familias y jóvenes a la labor del campo han influido múltiples cuestiones. Desde la acuciante crisis económica, a una revalorizada puesta en valor de los trabajos más pegados a la naturaleza.
Los nuevos agricultores proceden de dos fuentes fundamentales: los hijos de experimentados agricultores que toman el relevo de sus progenitores aplicando nuevas técnicas de cultivo a las mismas tierras y jóvenes procedentes de las ciudades a los que el desempleo ha empujado a buscar una alternativa de vida.
Según estudios estadísticos el precio de la hectárea de tierra está estancado desde hace tres años en 9633 euros, de media; atendiendo al cultivo o explotación que se puede desarrollar en cada suelo. Esto ha contribuido al regreso a la actividad agrícola y ganadera de muchas familias, a pesar de que la renta agraria descendió durante 2014 en un 7,1%.
En los últimos tres años se ha venido experimentando un aumento en la solicitud de ayudas destinadas a jóvenes que quieren implantarse en el campo y desarrollar su actividad. Hasta un 69%, según la ONG Mundubat.
Los datos recogidos por el Instituto nacional de estadística señalan que en España hay 36000 jóvenes trabajando en el campo, con edades comprendidas entre 20 y 24 años. De ellos, algunos son universitarios con una alta formación que no encuentran empleo en el mundo empresarial e industrial. Esto está motivando que las nuevas tecnologías lleguen al campo y se apliquen técnicas nunca vistas hasta ahora, que permiten una mayor rentabilidad y especialización de las tierras de labor y ganaderías.
Mientras tanto, las escuelas de pastores comienzan a ser una realidad y los cultivos ecológicos encuentran quienes los cultiven y quienes los consumen, fortaleciendo una nueva forma de entender la tierra.